El dominó eléctrico: anatomía de un colapso nacional en la era de las renovables

Álvaro Pérez Bello
Álvaro Pérez Bello

El 28 de abril de 2025, a las 12:33 del mediodía, España dejó de tener electricidad.

Los trenes se detuvieron. Las puertas automáticas no se abrían. En las ciudades, los semáforos dejaron de funcionar y el tráfico se convirtió en un juego de intuición. Los pagos con tarjeta desaparecieron. Las telecomunicaciones, interrumpidas. En cuestión de segundos, millones de personas se desconectaron de la energía que alimenta el país, sin previo aviso.

Pero este artículo no va de eso.

No es una crónica de lo que pasó. Para eso ya están las noticias. Este texto intenta responder a una pregunta mucho más importante:

¿Cómo es posible que desconectar una o dos plantas eléctricas acabe apagando un país entero en cinco segundos?

En otras palabras, ¿cómo puede un fallo local tener consecuencias nacionales?

Responder a eso no es solo entender qué falló. Es saber qué podemos mejorar. Porque lo que ocurrió el lunes no fue solo un fallo puntual: fue una muestra de lo grande y compleja que es la red eléctrica, y de lo frágil que puede ser cuando algo se rompe en el sitio y momento equivocados.

Una red que no duerme

La red eléctrica no es infraestructura. Es una máquina.

Una máquina que está funcionando sin parar desde hace más de un siglo. Que conecta miles de puntos de generación con millones de puntos de consumo. Que cada segundo ajusta sus propias entrañas para que todo funcione. Y que, a diferencia de una autopista, no tolera atascos.

Antes de analizar el apagón, merece la pena detenernos un momento. Para entender lo que pasó el 28 de abril no basta con leer titulares o cifras. Hay que entender bien las dos reglas de oro del sector. Es lo que permite comprender por qué una red eléctrica puede entrar en crisis en solo segundos. Este breve repaso no es para expertos: es para cualquiera que quiera entender de verdad cómo funciona el sistema que nos da electricidad cada día.

La electricidad no se almacena (a gran escala).

Esto hace referencia a la potencia. La potencia es la capacidad real de hacer trabajo útil. Encender una bombilla, mover un tren o abrir las puertas del ascensor.

Lo que se produce se consume.

Lo que se consume se produce.

Cada segundo.

Esa es la primera regla de oro.

*Hemos “obviado” el almacenamiento (baterías y centrales de bombeo) porque son, de momento, poco relevantes.

La frecuencia del sistema es 50Hz

La frecuencia es el ritmo al que gira todo el sistema. En Europa, todo debe girar a 50 Hz exactos. Ni más, ni menos.

Si se consume más de lo esperado, la frecuencia baja, los generadores giran más despacio y pueden llegar a desengancharse del todo de la red, provocando una desconexión.

Si se produce más de lo necesario, la frecuencia sube, las máquinas giran más rápido y pueden romperse.

Por eso la frecuencia debe ser siempre 50 Hz.

La primera ficha del dominó

En el apagón del 28 de abril, lo que sorprende no es que el sistema colapsara. Lo sorprendente es la velocidad con la que lo hizo: 15 gigavatios fuera de servicio en menos de cinco segundos. Pero eso no empezó con 15 gigavatios (GW).

Empezó, como siempre, con uno.

La hipótesis que se baraja en estos momentos es que una o dos plantas de gran tamaño se desconectaron primero. No sabemos cuáles, pero sí sabemos que ocurrió en el suroeste de la península.

Pensemos en una central de ciclo combinado de unos 800MW, o en un conjunto de parques solares que perdieron la capacidad de inyectar en red. Esa primera pérdida, de entre 1 y 2 GW, bastó para empezar el desequilibrio.

Y cuando la frecuencia cae, lo hace todo lo demás.

frecuencia red europea apagon 28 abril
Fuente: Gridradar
  1. La frecuencia de la red en la zona central europea empieza a caer drásticamente, intentando hacer frente a la pérdida de potencia recién ocurrida en España.
  2. La frecuencia europea alcanza un punto crítico mínimo en 49.85 Hz y desconecta a la red española del resto de Europa para evitar que el apagón generalizado se propague.
  3. España cae. Europa comienza a remontar su frecuencia, no sin evitar verse también afectada, aunque más levemente.

Porque la frecuencia es la señal compartida por todos los generadores. Es el metrónomo de la red. Si baja, significa que se está consumiendo más de lo que se produce. Y si baja rápido, las protecciones automáticas lo interpretan como peligro: desconectan plantas para protegerlas, lo que acelera la caída.

Esa fue la primera ficha y a partir de ahí, todo se encadenó. Al desconectarse una planta, la carga que debía cubrir se redistribuye entre las restantes. Si estas ya están al límite o reaccionan demasiado tarde, también fallan. Cada nuevo fallo empuja la frecuencia más abajo, lo que dispara más protecciones, más desconexiones, y así hasta que el sistema cae.

Por este motivo, las centrales nucleares fueron las primeras en desconectarse. Los sistemas de protección no esperan a entender el contexto. Actúan. Y cada MW que desaparece hace que la frecuencia caiga aún más. Así se pasa de 2 a 15 GW fuera de servicio en 5 segundos.

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Fuente: Red Eléctrica de España

La red no tiene tiempo para pensar. Solo para reaccionar.

Renovables: parte de la solución y del problema

En el momento del apagón, la generación renovable en España estaba en un pico histórico. Era mediodía, el cielo despejado, la solar fotovoltaica produciendo más de 17 GW.

red electrica apagon 28 abril
Fuente: Red Eléctrica de España

 

Las renovables son imprescindibles para avanzar hacia un modelo energético más limpio, más sostenible y menos dependiente de los combustibles fósiles. Su papel es clave en la lucha contra el cambio climático. Pero esa ventaja viene con una contrapartida técnica: el sol y el viento no se pueden controlar, y eso hace que la producción sea menos predecible y más inestable. Diseñar una red que funcione con estas fuentes no solo requiere generarlas: requiere aprender a integrarlas sin comprometer la estabilidad del sistema.

Además, las renovables tienen un problema para este tipo de incidentes: no están acopladas físicamente a la red. Están conectadas a través de inversores electrónicos, y esos inversores no proporcionan inercia.

¿Qué es la inercia? Es la capacidad de resistir un cambio. En el sistema eléctrico, la inercia la aportan los generadores que giran: turbinas de gas, hidráulicas, núcleos nucleares. Cuando hay una perturbación, su masa giratoria ayuda a estabilizar la frecuencia.

Esta relación entre desequilibrio de potencia y caída de frecuencia se puede expresar con una fórmula sencilla:

-Δf = R × ΔP

  • Δf es la variación de frecuencia
  • R una constante que depende de manera inversa a la inercia del sistema
  • ΔP la variación de potencia neta demanda del sistema

El objetivo de la red es minimizar las perturbaciones de frecuencia ante cambios de potencia. Para ello, necesitamos que R sea lo más baja posible aumentando grandes generadores que giren con el sistema. La solar no gira. La eólica, solo a veces. Cuando hay poca inercia en el sistema, cualquier perturbación se amplifica.

red electrica inercia apagon 28 abril
Fuente: Red Eléctrica de España

Ayer las energías que aportan inercia al sistema representaban un 18,5% del total de la producción. Un mayor protagonismo de estas tecnologías habría reducido el impacto de la caída de producción sobre la frecuencia del sistema.

Esto no significa que las renovables sean las culpables, esto significa que son parte de la solución. Estas nuevas tecnologías se han integrado en un sistema que funcionaba de otra manera. Si queremos conseguir una transición energética efectiva, tendremos que encontrar la forma de aportar inercia al sistema.

Porque el futuro es renovable, pero no puede serlo sin estabilidad.

Encender un país desde cero

Tras el colapso vino el silencio. Y luego, la operación de restaurar un sistema de decenas de millones de conexiones sin romperlo otra vez.

Esto se llama «black start»: el arranque desde cero sin ayuda externa. En España, ese proceso empezó desde los bordes: Francia y Marruecos inyectaron energía a las subestaciones fronterizas. Las centrales hidráulicas, que pueden arrancar sin red, se activaron para dar soporte local. Algunas plantas de gas siguieron, y nodo a nodo, se reenergizó la red.

Pero había que hacerlo con cuidado.

Si reconectas demasiado rápido, el sistema vuelve a caer.

Si vas muy lento, el país sigue apagado.

Si este apagado se prolonga demasiado, tendríamos que haber reactivado algunas subestaciones de forma manual, alargando esta recuperación a días.

Por eso “sólo” tardamos 17 horas.

Y por eso deberíamos aplaudirlo. Porque en menos de un día, un sistema colapsado volvió a dar servicio al 99% del país sin accidentes secundarios. Esto es un logro.

Lo que el apagón nos dice sobre nosotros

Este no fue un fallo de diseño. Fue una combinación de factores en el peor momento. Una conjunción de vulnerabilidades que se activaron en cadena.

Pero también fue una demostración de la magnitud de nuestro sistema eléctrico. De su complejidad. De su resiliencia. De lo que hay que proteger y rediseñar.

No podemos seguir pensando en la energía como si fuera un servicio invisible. Es un sistema crítico, tan esencial como el agua o el aire. Y también tan delicado.

Este apagón es una línea roja. Una que marca el límite de un sistema que está cambiando rápido, pero no siempre con las reglas del pasado.

Necesitamos:

  • Más interconexiones reales con Europa.
  • Mejor respuesta automática descentralizada.
  • Capacidad de almacenamiento y respaldo sin depender del gas.
  • Infraestructura digital al nivel del sistema físico.

Y sobre todo, necesitamos cultura eléctrica. Comprender que la transición energética no es solo cambiar carbón por placas, sino rediseñar la arquitectura invisible que lo sostiene todo.

El 28 de abril nos dio un aviso. No fue el fin del mundo. Fue una prueba de esfuerzo. Y ahora sabemos hasta dónde aguantamos.

Lo siguiente es construir desde ahí.

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