De la inercia al control: cómo se estabiliza una red sin masa

Álvaro Pérez Bello
Álvaro Pérez Bello

Tan lúcido como siempre, Joaquín Coronado escribía hace unos días sobre un tema que suele prestarse a titulares fáciles: la estabilidad de la red eléctrica española.

Y, como acostumbra, lo hacía sin caer en simplificaciones ni en nostalgia tecnológica. Su tesis es clara: el problema del sistema eléctrico actual no es la falta de inercia, sino la falta de rapidez y coordinación.

En otras palabras, no necesitamos más masa girando, sino más inteligencia reaccionando.

Durante décadas, la estabilidad de la red se basó en la inercia física de los grandes generadores síncronos. Cuando había una perturbación, sus toneladas de acero rotando absorbían o liberaban energía de forma natural, amortiguando los desequilibrios de frecuencia. Pero la transición energética ha cambiado ese equilibrio: cada vez hay más renovables conectadas a través de inversores electrónicos, que no aportan inercia y, por tanto, dejan la red más “ligera” y sensible.

Sin embargo, pensar que la solución pasa por recuperar esa inercia perdida es —como dice Coronado— mirar por el retrovisor.

Hoy tenemos algo, que quizás sea la respuesta: control digital capaz de reaccionar miles de veces más rápido que cualquier turbina.

De seguir la red a crearla

Aquí es donde entra en juego una tecnología de la que llevamos oyendo hablar desde el apagón: el grid forming.

Confieso que durante mucho tiempo me ha generado cierto rechazo, quizás porque siempre se presentaba con un aire casi mágico. “nuevos inversores que dan inercia”, “inercia virtual”, “máquinas síncronas digitales”… demasiadas etiquetas para algo que parecía intangible.

Pero detrás de la jerga hay una idea sencilla y potente.

Un inversor grid forming no se limita a seguir la frecuencia y el voltaje de la red existente, como hace un inversor convencional (grid following).

En su lugar, genera su propia referencia de tensión y frecuencia, comportándose como si fuera una máquina síncrona virtual. Es decir, crea la red a la que los demás se sincronizan.

Para lograrlo, el inversor produce de forma sintética la tensión y la corriente necesarias para mantener el equilibrio, pudiendo generar o consumir potencia activa y reactiva jugando con el desfase de las ondas.

De esa forma, actúa como una “fuente de potencia compleja” controlable, capaz de estabilizar la red incluso en ausencia de generadores tradicionales.

No es magia: es control, y tiene límites

El grid forming resuelve una parte del problema, pero no todo.

Al reemplazar la inercia física por una inercia virtual, se gana velocidad de respuesta, pero también aparecen nuevos retos.

  1. Falta de energía.

    Si la fuente detrás del inversor (una batería, por ejemplo) no tiene suficiente energía disponible, el sistema puede perder su capacidad de mantener frecuencia y tensión, provocando desconexiones bruscas de sincronismo.

    En términos simples: sin “combustible eléctrico”, la red formada colapsa.

  2. Calidades desiguales.

    La estabilidad de un grid forming depende en gran medida de la calidad del control digital y de su ajuste dinámico (los parámetros de droop, amortiguamiento, etc.).

    Un inversor mal calibrado puede generar oscilaciones en tensión o frecuencia, afectando no solo a sí mismo, sino a toda la red local.

  3. Falta de estándares.

    Cada fabricante implementa su propio modelo de control. Esto significa que dos inversores grid forming de distintas marcas pueden responder de forma diferente ante la misma perturbación, llegando incluso a “competir” entre sí por imponer la frecuencia.

    Por eso ENTSO-E, IEEE y otros organismos están trabajando en definir códigos de red específicos para inversores formadores de red, algo que será esencial para su despliegue masivo.

La red del futuro

El artículo de Coronado apunta en la dirección correcta: la estabilidad del sistema eléctrico ya no depende de la inercia del acero, sino de la inteligencia del silicio.

Tecnologías como el grid forming, combinadas con el almacenamiento y la gestión activa de la demanda, marcan un nuevo paradigma: redes eléctricas que no se estabilizan por su peso, sino por su capacidad de adaptación.

En este cambio de paradignma, ya no hablamos solo de grandes centrales o operadores, sino de una red compuesta por miles de nodos activos —hogares, baterías, vehículos eléctricos— que pueden contribuir dinámicamente a mantener la estabilidad del sistema.

Y esto es lo que mola, porque no es magia: es ingeniería en tiempo real.

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